
Al niño de Caimito de Hanábana van dirigidas estas palabras, al Hombre de la Edad de Oro, que supo ver en los infantes “la esperanza del mundo”.
A Martí en el aniversario 115 de su caída en Dos Ríos porque cayó para renacer en cada cubano digno y viril.
A Martí que reconoció en el amor el lazo de los hombres, el modo de enseñar y el centro del mundo y lo asoció con los pinos y las palmas para, desde su altura, ver pequeño al mundo.
Al hombre amante que escribía a su amada con la misma pasión con que hablaba de la Patria, allá en el exilio.
Al hombre sincero que murió como quiso “de cara al Sol”, los cubanos y cubanas de hoy rendimos tributo y, en ello va todo: el agradecimiento por sus primeros apuntes, por presentarnos a Fermín Domínguez, a María Mantilla, a Carmen, a Doña Leonor, a Manuel Mercado y a tantas personas que pudieron disfrutar de su presencia y aprender de él, en la misma medida en que lo nutrieron.
Al periodista que hizo de esta profesión un oficio, un servicio público, le agradecemos su pluma firme y sensual que demuestra la fuerza de las palabras en tanto son “proposición, estudio, examen y consejo”
Al hijo que sintió en su madre “el sostén de la vida” y que dijo “toda madre debiera llamarse Maravilla” los cubanos y cubanas recordamos en el aniversario 115 de su muerte, convencidos de que su obra nos inspira y su ejemplo indica el camino.
La suerte está echada: Unidos a la Patria. “Nadie como ella para hacer crecer a sus hijos”.



