A veces el tiempo disminuye el valor de las cosas y de los gestos. Otras, por el contrario, lo acrecienta, y, a la luz de la verdad, se tornan como punto de referencia y, más que ello, como sueño de muchos que no renuncian a un futuro mejor.
La idea estuvo siempre en la mente de un hombre grande, de un hombre que bebió y bebé de la sabia de José Martí, de Bolívar, de Sucre y de cuanto hombre de bien ha poblado el planeta.
El 16 de noviembre de 1999 quedó inaugurada en La Habana, capital de Cuba, la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas (ELAM).
Los hijos de aquellos que habían perdido muchas de sus esperanzas, o que nacieron sin ellas, son sus alumnos.,
Gracias a la generosidad del pueblo cubano, que comprende bien su compromiso con la Humanidad y a la visión de futuro de su líder histórico, Fidel Castro, los hijos del indio americano, del campesino humilde, del minero, del desposeído se preparan para convertirse en médicos y servir allí, donde era un lujo pensar que existiera alguna vez un profesional de la salud.
Da gusto ver a egresados de la ELAM compartir con los médicos cubanos en las faenas diarias de atención al hermano pueblo de Haití, tras el devastador sismo del pasado 12 de enero.
Da gusto verlos juntos, unidos, apretados como las raíces de un árbol frondoso, dándole luz a la vida.
Ahora que tanto se habla de solidaridad a nivel global, ahora que muchos buscan aquí y allá, la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas de La Habana, Cuba, se alza como un destello de luz que desde lejos indica: ¡Adelante! Si nos unimos, todo es posible.
Como diría Martí: Esta Escuela “como obra de todos, da derecho a todos.”
Fruto
sábado, 13 de febrero de 2010
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