
Nuevamente el Día de los Padres y, mientras pueda, aún después, le dedicaré unas palabras al mío.
Porque ni vinagre ni cualquiera. Hoy presumo de dos personas: mi padre y mi hijo.
Mi padre fundó un hogar con todas las de la ley: mi mamá, la esposa con la que se contaba para todo lo relacionado con la familia y los percances que, a veces, surgen en el trabajo, o en la propia vida.
Mi hermano mayor, un hijo que creció y sintió siempre la necesidad de compartir con mi papá y lo convirtió en su amigo más cercano.
Un hermano más pequeño, que se hizo hombre entre las manos, y heredó de mi padre la energía positiva para imantar a muchos a su alrededor.
Y yo, que aunque no lo alcanzo, sé ser amiga y compañera, pero por encima de todo, y para honrar a mi padre, soy su hija, en la misma extensión de la palabra. Eso sí, una hija que quiere decidir e imponer reglas, y a veces, muchas veces, invierte papeles y se cree la madre de su padre.
De todas maneras, pienso que a muchos hijos les sucede lo mismo. Con el paso de los años y el envejecimiento de nuestros padres, queremos decidir por ellos, olvidando que son dueños de sus actos y de sus vidas.
A mi padre en este día le doy las gracias por existir, por ser patrón para mi hijo que lo llama pipo y lo obliga a dormir a su lado, aún cuando no quiere.
A mi padre, gracias por su hombro y sus manos firmes, gracias por ese amor en silencio que bien recibo, por esa ternura manifiesta que, desde las primeras horas del día, da a mi pequeño Angel Daniel.
Es que mi padre, es un padrazo, y como muchos no es vinagre ni cualquiera. En la escala de valores ocupa el peldaño más alto por su entrega y dedicación.
A todos los padres, felicidades en su Día, aunque para ustedes, todos los días han de ser felices.

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